A nadie extrañará que unos políticos encaramados al poder mediante estrategias fraudulentas recurran a la picaresca para salvaguardar sus privilegios. Aunque El tablero de Quevedo no guarda vínculos formales con la vida real, toda ficción viene reflejada al menos en una realidad, y toda realidad viene expuesta a verse reflejada en alguna ficción. Políticos imaginarios concebidos para gobernar un país inventado en el que el presidente, Maximiliano Quevedo, amenazado por denuncias incriminatorias, crea un rival ficticio, lo promociona sobre el tablero y se inventa un reglamento para moverlo a su antojo. Una jugada magistral en la que el falso rival, un personaje ajeno a la política, se verá obligado a convencer a los votantes, a ganar las elecciones presidenciales y a obedecer después las instrucciones que reciba del ex-presidente. Pero ni siquiera las jugadas magistrales están exentas de riesgo y, que salgan bien o salgan mal, depende más del azar que de la maestría del jugador.
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